FUTBOL – El legado de la Copa América: acto I, de Pelé a Maradona

“Infierno”, escribe el periodista argentino. Da un golpe rápido con su pluma y marca el punto final en su anotador. Con la misma velocidad guarda sus herramientas de trabajo y se acomoda el traje. Levanta la vista una vez más, contempla el espectáculo popular fascinado pero sin entenderlo. El año es 1959, Argentina acaba de ganar ante Brasil lo que hoy se llama la Copa América y en las tribunas del estadio Monumental hay llamas por todas partes.

Dante Panzeri se escabulle apurado, con la misión, con la responsabilidad, de volver a la redacción de la revista El Gráfico para escribir la crónica del partido. Antes de partir busca a la figura que lo maravilló toda la noche. Lo encuentra agachado. En el campo de juego, Pelé sufre. El 10 de Brasil se revisa el cuerpo con detalle, parte por parte, para hacer recuento de los golpes que se lleva como souvenir de la derrota. El Sudamericano queda para Argentina, el local. El campeón en Suecia 1958 se acomoda la corona mundial y se va frustrado. “O Rei” no volverá a tener la chance de ser campeón continental.

Pelé y la Copa América que no pudo ser

El mejor jugador brasileño de todos los tiempos nunca ganó el torneo sudamericano de selecciones. Pelé jugó 14 años con Brasil y fue tres veces campeón mundial, pero jamás conquistó la Copa América. Era difícil imaginarlo entonces, la noche del 4 de abril de 1959, cuando solo tenía 18 años, pero esa fue la primera, y también la última vez que podía ganar este torneo.

O Rei había llegado a ese campeonato sudamericano como el mejor jugador del planeta. El talento que había deslumbrado al Mundo desde Suecia, unos meses antes, ahora prometía cautivar a Sudamérica desde Buenos Aires. Pelé cumplió. Fue el goleador del torneo, con 8 goles en 6 partidos, y su jugador más desequilibrante. Pero se fue sin la Copa.

Un impensado empate ante Perú, 2-2 en la jornada inicial tras ir ganando 2-0, complicó las chances de Brasil de ser campeón. Ese traspié le dio la ventaja a Argentina, que había ganado todos sus juegos. En la última fecha, el anfitrión limitó la habilidad de Pelé con un juego físico al que le sobró pierna fuerte.

“Casi siempre el 10 brasileño estuvo con dos y hasta tres hombres muy cerca. Pero varías veces se fue igual”, dice la crónica de Panzeri. “Me gusta tener un buen adversario por delante pero no me gusta ser cazado en la cancha como si fuera una fiera salvaje. Tal vez marcándome limpiamente tengan mejor éxito”, explicó Pelé, un par de años después, sobre las férreas marcaciones argentinas.

“El partido se planteó chato, frío, muy calculado, muy expuesto por ambas partes a la iniciativa del adversario, no a la propia”, lamenta la crónica. Eso se debió, explica Panzeri, a “la imposibilidad de arriesgar que encontraron, al hallarse en minoría, los hombres de calidad de ambos bandos”. Entre ellos, claro, destaca Pelé.

A Brasil, con Garrincha en una punta, Didí en la otra, y Pelé en todo el frente del ataque, le faltó ambición. Quizás, pensaron demasiado en su historia ante el clásico rival. Esa fue la séptima vez que Brasil quedaba segundo detrás Argentina en el campeonato sudamericano, que se juega con cierta regularidad desde 1916. Tuvimos que llegar al siglo XXI, al 2004 en Perú, para ver a la verdeamarela ganando una definición de Copa América ante la albiceleste (4-2 en penales tras el 2-2 en los 90).

Aquella noche, el 1-1 final con goles de Pizzutti y el propio Pelé, le dio el título a los argentinos. El público lo festejó prendiendo fuego los diarios vespertinos que llevaban en los bolsillos. La noche se iluminó desde las tribunas de cemento del Monumental, la Herradura como le decían entonces porque carecía, aún, de la parte alta de la cabecera que da al Río de la Plata. Panzeri lo registra entre maravillado y preocupado por la falta de civilidad: “Fueron los fuegos artificiales más candentes que se hayan visto en el estadio de River Plate. Como novedad, pase. Como espectáculo, impresionante. Como costumbre, poco edificante”.

Lo que realmente preocupaba al periodista era cierto triunfalismo argentino que podía expandirse tras igualar con el reciente campeón mundial para ganarle Sudamericano. “El partido no definió situación alguna de poderío entre el fútbol brasileño y argentino. Quedó en pie la superioridad de Brasil en un aspecto: el futbolístico (o el de dos hombres futbolísticamente superdotados); el de Argentina en otro: el físico-moral”, argumenta Panzeri. Desde su siempre exigente visión, sentencia: “Argentina ha ganado mucho jugando poco”.

Pelé, que jugaba mucho, pudo haber ganado este torneo unos meses después, ese mismo año, cuando se disputó otro Sudamericano en Ecuador. Pero a Brasil lo representó un seleccionado del estado de Pernambuco que cayó en semifinales. Cuatro años más tarde, en Bolivia, el Scratch tampoco fue con sus titulares. Para 1967, en Uruguay, Brasil ni siquiera se presentó. En esa época, claramente, la Copa América, como pasó a llamarse a partir de 1975, no era el torneo más importante para las selecciones sudamericanas.

Pero Pelé, ya retirado de Brasil en 1971, seguía siendo el jugador más importante del mundo.

Maradona, tras los pasos de Pelé

Ahora estamos en 1979. Es un día soleado en la siempre cálida Río de Janeiro. Un hombre de rulos y ampulosa renguera les indica a un adolescente muy tímido y a su padre el camino a seguir. Los tres se presentan en la puerta de un vasto caserón con vista a la playa y se anuncian: dicen que vienen a ver al Rey Pelé. Cuando les pregunten quién lo busca dirán las palabras mágicas: Diego Maradona.

Es 9 de abril, dos décadas y 5 días después del partido en el Monumental. El fútbol argentino y el brasileño vuelven a encontrarse, ahora en tierras cariocas. Otro periodista de El Gráfico, Guillermo Blanco, hace posible el encuentro entre el mejor jugador del mundo que colgó los botines un par de años antes y el mejor jugador del mundo que está surgiendo. Es como si un acto de sucesión en el trono futbolero estuviera por suceder.

A un jovencísimo Maradona, de apenas 18 años, la misma edad que tenía Pelé cuando perdió aquella Copa América, lo acompaña Don Diego, su padre, y su primer representante, Jorge Cyterszpiler. Pelusa se desplaza hasta Brasil para cumplir el sueño de conocer a su ídolo en extremo secreto. El día previo estaba jugando con Argentinos en el torneo local, ante Huracán, y ahora debía sumarse a los entrenamientos de la Selección.

Ese 1979 es un año central en la carrera de Maradona. En abril conoce a su primer héroe futbolístico. En agosto, juega sus primeros partidos en la Copa América. Después, viaja a Japón y en septiembre se consagra campeón mundial juvenil.

Pelé los recibe sonriente, vestido con ropa blanca y veraniega. Los argentinos, menos habituados al calor de otoño en Brasil, van todos con vaqueros oscuros, aunque acampanados como marca la moda. Maradona es el único que no viste camisa. Diego lleva una remera clara con el logo de la marca deportiva que lo acompañó casi toda su carrera y zapatillas blancas. Su sonrisa es aún más grande que la de O Rei. “Yo veía que Pelé venía hacia mí y no lo podía creer”, contó después.

Están juntos cerca de una hora. Las históricas fotos nos recuerdan que Pelé tocó la guitarra para sus invitados. Que Maradona llevó una pelota y una camiseta de Brasil. Que el anfitrión las firmó gustoso. El encanto de la idolatría futbolística se rompió por culpa de obligaciones contractuales previas. “Me da rabia tener que irme. Como no creía que ibas a venir hasta aquí después del juego de ayer, arreglé con mi abogado Samir para ir a Santos por unos papeles de impuestos y réditos, ¿entiendes? Y ahora quisiera quedarme a almorzar con ustedes”, se disculpa Pelé.

Maradona se muestra comprensivo y agradecido. En la crónica periodística que relata el encuentro afirma: “Yo sabía que era un Dios como jugador; ahora también lo es como persona. Por algo es Pelé. Cuántos pibes como yo querrán verlo, tocarlo, cambiar un par de palabras, y yo tuve el privilegio de que hasta me haya dado consejos”. Con el tiempo, el vínculo entre ambos pasó del amor al odio muchas veces. Pero ninguno renegó nunca de aquel primer encuentro.

Unos meses más tarde, Maradona jugó su primer partido de Copa América, como ya se llamaba entonces el Sudamericano. El torneo de 1979 fue especial, se disputó sin sede fija, un calendario repartido en cinco meses y grupos de tres. Menotti decidió aprovechar para probar variantes en el campeón mundial y para darle recorrido a los juveniles que jugarían la Copa del Mundo Sub 20. Diego ya era la figura pero la idea era preservar sus energías. “No quiero desgastarlo”, explicó el DT.

Después de perder en Bolivia, en la 1ra fecha, Maradona fue titular en la 2da jornada. Su debut parecía un espejo invertido con el último partido de Pelé en Copa América. Fue ante Brasil, en el Maracaná, y ahora el campeón mundial era Argentina. Diego fue la figura en la derrota 1-2 ante la verdeamarela. Aunque lo más destacado de esa noche carioca es que usó la número 6. Hay una hermosa historia sobre esa camiseta. La semana siguiente, ahora en cancha de Vélez y con la misma insólita numeración, Maradona se volvió a destacar en el 3-0 ante Bolivia. Incluso, marcó el tercer gol.

Fue su último partido en esa Copa América, que ganaría Paraguay en diciembre después de jugar tres finales contra Chile. Argentina se quedó afuera cuando apenas empató 2-2 con Brasil, de local. Para entonces, Maradona estaba en Los Ángeles para un amistoso con el equipo Sub 20. Fue triunfo 2-1 ante México con un gol suyo de tiro libre, otra vez con la 10 en la espalda en el mejor equipo de su vida, como contó alguna vez.

A diferencia de Pelé, Diego tuvo más chances para ser campeón de América. Lideró a otro campeón mundial, el de 1986, cuando, al año siguiente, fue anfitrión del torneo. El equipo de Bilardo, que sólo ganó un partido (3-0 ante Ecuador), terminó cuarto tras caer 0-1 en semis ante Uruguay, luego campeón, y 1-2 ante Colombia por el 3er puesto. En 1989 lo intentó por última vez, también sin éxito. Argentina apenas hizo 2 goles en 6 partidos, que igual le alcanzaron para subir al podio en el 3er lugar.

Lo que Pelé no consiguió primero, durante su reinado, tampoco pudo lograrlo Maradona después, en el suyo. La frustración de no ganar la Copa América los iguala en su grandeza. Habrá que esperar varias décadas para encontrar una máxima figura del fútbol mundial que consiga, también, ser campeón de América. Y ustedes ya se imaginan de quién estamos hablando. Pero ese es otro capítulo del hermoso legado del fútbol sudamericano. Y viene a continuación.

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