Hubo un día en que todos quisimos abrazar y besar a la pelota

Los acordes del himno que comienzan a sonar preludian uno de los momentos de máxima emoción en las tribunas del Estadio Ahmad Bin Ali Stadium. Una vez más en la ceremonia de cantarlo a los gritos, sin una cuidada entonación pero con lágrimas en los ojos, se armoniza la comunión entre las y los hinchas argentinos y este equipo. Esa melodía que también reconocimos en las primeras notas del himno australiano. ¿O sólo me pareció sólo a mí?

No fue un encuentro más para el capitán de nuestra Selección. Lio disputaba el partido número 1000 de su carrera y antes de comenzar este encuentro por octavos de final frente a Australia estaba a una sola anotación de superar a Diego Armando Maradona en tantos convertidos en la Copa del Mundo. Y esta marca iba a caer en el minuto 35 del primer tiempo, cuando el toque de Nicolás Otamendi le dejó la pelota frente a su pie izquierdo. En el festejo del gol con agradecimiento incluido al defensor argentino, Lionel convirtió su noveno tanto en mundiales y quedó a sólo uno de Gabriel Omar Batistuta. Y ahí va también por esa marca.

Un partido para nada fácil ante un equipo australiano que se las ingenió con su presión, fuerza física y velocidad para complicarle el primer tiempo a una Argentina que no lograba romper las líneas rígidas que proponía el rival y que por momentos nos hizo acordar a ese esquema asfixiante del primer encuentro por fase de grupos frente a Arabia Saudita. Pero entendimos que la paciencia es una marca registrada de nuestra Selección que, aún sin jugar como puede hacerlo -por virtudes del rival-, cargando sobre sus espaldas el esfuerzo del cotejo frente a Polonia y las pocas horas de descanso entre aquel partido y éste, en cualquier momento puede llegar al gol.

Y después de media hora de intentos, de no poder entrar por afuera ni por adentro, sin lograr sorprender ya que el control del balón se hacía lento por la falta de espacios, llegó el gol de Lionel que abrió el partido y nos tranquilizo. El zurdazo al ras del piso que pasó entre tres jugadores australianos se fue a descansar al fondo del arco y se desató la locura en las tribunas y en cada rincón de nuestro país. Y en Bangladesh también, claro.

Un Lionel Messi al que se lo ve disfrutar de este Mundial, cada vez más líder del equipo y teniendo a sus hijos en la platea con una edad en la que ya comprenden como está jugando su papá. Sus ojos los buscan en cada festejo y su cara explota de felicidad. 

¿Qué hará el equipo australiano en el segundo tiempo? ¿Saldrá a buscar el partido o no? ¿Tendrá nuestra selección la chance de contar con espacios para poder generar ataques más profundos? Afortunadamente y por ahora, estas cuestiones sólo quedan en el análisis del cuerpo técnico y no son contempladas como opciones en las plataformas de apuestas “on line” que en los quince minutos del entretiempo bombardean las tandas publicitarias. No hay manera de dejar de mirar y analizar el “fixture”, quién va a ser el rival en cuartos de final y con quien nos vamos a cruzar más adelante. Porque la ansiedad se monta sobre la fuerza de la esperanza y por unos instantes ya nos vemos en…mejor no, vayamos paso a paso como decía el prócer.

El pase hacia atrás de un defensor australiano a su arquero es una invalorable invitación a la presión de Rodrigo De Paul, el motor anímico de este equipo, el que la pide siempre, ese que nunca se da por vencido, y de Julián Álvarez que ofrenda sus goles pero además la colaboración en la marca convirtiéndose en ese primer defensor en la salida de los rivales, algo que cualquier mediocampista quiere tener en su equipo. De esa presión llega la definición algo mordida de la “araña” y el 2 a 0 es una caricia que abre la puerta a relajarnos y disfrutar de lo que resta del encuentro.

¿A disfrutar dijimos? Esto es un Mundial y vamos a vivir más momentos de tensión y nervios que de disfrute.

El gol australiano a dos bandas llegó para darnos la inevitable dosis de nerviosismo. El rebote en Enzo Fernández hace que el “Dibu” Martínez no pueda reaccionar y los imponderables con los que convive el futbol cargan de incertidumbre los últimos quince minutos del partido, porque la injusticia puede estar agazapada a la salida de un córner o un tiro libre.

Y ya entrado el tiempo descuento, luego de que Argentina no pudo concretar las claras situaciones de gol que tuvo durante la segunda parte, el “Dibu” Martínez tapó la pelota más importante hasta este momento. Saliendo con todo un país detrás a achicar haciéndose grande, estirando sus brazos y piernas, se quedó con ese remate que tenía destino de gol y de complicación.  “Yo abracé a la pelota y la quería comer a besos” dijo el “Dibu” después del partido. Y claro que sí Emi, como cada uno de las y los argentinos.

Final del partido con todo un pueblo contracturado por esos últimos minutos pero con la felicidad de saber que en la cancha un equipo nos representa, que tiene al mejor jugador del mundo que corre hasta el último minuto de juego y nuestro arco está custodiado por alguien que nunca se achica. Son 26 los soldados que en el vestuario cantan “por los pibes de Malvinas que nunca olvidaré”.  El viernes a las 16 horas en el Estadio de Lusail nos espera la Selección de los Países Bajos que para los futboleros sigue siendo aquella “Holanda”, la “Naranja mecánica” dirigida por Rinus Michels con Johan Cruyff como bandera, pero también la misma que nos transporta a dos recuerdos imborrables de nuestra historia futbolera: la semifinal del Mundial de Brasil 2014, con “Chiquito” Romero como figura en la definición por penales por 4-2 y al triunfo en la final del Mundial del ´78 por 3 a 1 con goles de Mario Alberto Kempes y Daniel Bertoni.

El destino dirá para que está nuestra Selección. Por lo pronto, ya está metida en los cuartos de final y la ilusión se agranda.

 

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