La fiesta que nos espera

El fallo procaz de la “Corte Suprema” contra Milagro Sala parece autorizar el dictamen del juicio condenatorio contra el mundial de fútbol. Como sucede siempre, hay una parte de la población -mayormente identificada con el mundo “progresista”- que identifica a la gesta mundialista como el moderno “opio de los pueblos”, como lo que esconde y/o legitima la injusticia, envuelto en la pertenencia popular y en el orgullo patriótico. Es posible que el argumento pueda ostentar prestigio y autoridad con el recurso a acontecimientos como el uso dictatorial del que fue objeto el mundial nuestro de 1978. Pero el problema que tiene el argumento es su reduccionismo: la intención de contraponer la fiesta popular con la política, de mostrar que un pueblo que festeja se distrae de su realidad, se entrega al falso dios del éxito deportivo para ocultar o disimular los dramas de su realidad. Sin embargo, el festejo de aquel mundial manipulado por la dictadura no impidió el derrumbe autoritario. Ni la temprana y penosa eliminación del mundial de 2002 preludió una época de decadencia nacional, sino todo lo contrario.

Es necesario que los argentinos hagamos las cuentas con el fútbol. Ni le otorguemos la condición de brújula nacional, ni le carguemos las cuentas por nuestros fracasos y frustraciones. Simplemente reconozcamos su condición de juego popular, masivo, representativo como ningún otro de nuestro ser popular. Que nos inclinemos ante la verdad de la conmoción social que provoca. Y reconozcamos la fusión de la pasión futbolera con nuestro ser, que es nuestra historia. El resultado de este torneo mundial no resolverá nuestra grave crisis político-institucional y social.

No será la llave de la necesaria movilización popular para terminar con el infame régimen de facto que se ha aupado en el poder. Ese orden de cosas que le llama “constitucional” a un régimen que consagra el poder de cuatro personas que se han colocado en la condición de decidir autoritariamente sobre la vida de argentinos y argentinas en clara contradicción con la constitución y las leyes. Cuatro personas -hay que aclarar- que pueden ejercer ese poder porque se sostienen sobre los hombros de una constelación política, económica, social, mediática y cultural que ha extendido su control de la vida social e institucional del país. Decididamente no es el fútbol ni sus campeonatos mundiales el factor decisivo que fundamenta ese control del poder. Lo que estamos viviendo no es el resultado de la “alienación” del sujeto social argentino sino el de una circunstancial relación de fuerzas y de poder que, como tal, es relativa, circunstancial y pasible de ser trastocada por la acción de la comunidad política.

Además de esas consideraciones “generales”, hay que sumar lo específico de la experiencia de nuestra selección en este torneo mundial. Hay que incluir el hecho sorpresivo, casi milagroso de la emergencia de un grupo profesional con algo de providencial: de una AFA en decadencia terminal, de un fútbol convertido en mercado indecente e inútil surgió un grupo de jóvenes, ex campeones regionales y mundiales del fútbol juvenil, herederos de la experiencia de Pekerman y de la épica de Sabella que desafiaron el saber convencional. “De dónde salieron estos tipos, pensaron (y dijeron, sobre todo desde el periodismo deportivo canalla) muchas personas con micrófonos poderosos a su disposición. Quien quiera reconocer sus nombres y apellidos no tiene más que buscar en la web los comentarios posteriores a la derrota con Arabia Saudita. Ahí están. Con nombre y apellido. Con la extraña exhibición de ignorancia y presunción que los caracteriza soñando con la temprana eliminación de Scaloni y sus muchachos y con la ira popular que la sucedería. No se extrañe nadie de que en estas horas esas mismas caras a las que Diego Maradona sentenció con palabras procaces y definitivas muestren su desesperado “deseo” de que Argentina gane la copa. Un “deseo” que esconde una expectativa tan oculta como real de la derrota de la selección en la fina, que les permita rehabilitar el mercenario discurso de la decadencia y el fracaso nacional.

Todo esto no es una “futbolización” de la vida política del país. Tampoco entraña la negación del uso sistemático que los poderosos hacen del fútbol en la dirección de absorber el impulso patriótico y popular y reducirlo a una fuente permanente de superganancias económicas y de fortalecimiento de estrategias políticas. Patéticamente ilustran este aspecto las pantomimas de Macri, utilizando el reconocimiento de la mafia que maneja el fútbol mundial a favor de su no reconocida pero ostensible voluntad de disputar la elección del año próximo. Por ahora no ha logrado la foto con Scaloni y sus muchachos. Por ahora se tiene que resignar a que Messi utilice en su querella contra el técnico de Países Bajos el icónico “Topo Gigio” que le dedicara Riquelme al propio Macri en la cancha de Boca. Pero de lo que se trata no es de reducir el fútbol a un campo de maniobras de los grupos dominantes. De lo que se trata es de reconocerlo como una potente y legítima experiencia popular. Que tiene su soporte principal en los sectores más humildes y necesitados. Esos que lejos de creer que gritar los goles argentinos fortalecen al poder de los ricos saben que la fuerza del fútbol es su fuerza, que la alegría que propone el fútbol es SU alegría.

Todo esto -y lo que sigue- está escrito con la página del resultado del partido de mañana en blanco. Quien lo escribe promete hacerse cargo de su contenido cuando el resultado se produzca. Por supuesto que quiero con el alma que la copa quede en manos de Lio y sus compañeros. Pero nada de su contenido será revisado en el caso contrario. Las contraposiciones absolutas y mecánicas entre política popular y fútbol son falaces y terminan fortaleciendo la peor faceta del hecho futbolístico. Terminan regalando la riqueza de la experiencia del fútbol al fenómeno de las mafias que se enriquecen y acumulan poder en el propio seno institucional de esta insuperable pasión popular. ¿El mundial de fútbol paralizó la movilización popular contra los abusos monopólico-judiciales que están instalando de hecho un poder ilegal e inconstitucional en la Argentina? Mejor sería pensar en términos un poco más serios y autocríticos, mejor sería pensar en las propias y comprensibles debilidades propias y no achacárselas a los sectores más humildes de nuestro pueblo que son la base social inconmovible del amor futbolero.

Y dicho todo esto, puede agregarse la propuesta de prepararse para la fiesta. La fiesta que es esta selección. Sus jugadores (nada menos que con Messi a la cabeza). Su cuerpo técnico encabezado por un señor que pone la templanza y la honradez al tope de sus valores. Una fiesta que empezó con uno de los reveses más duros del fútbol argentino en la primera fecha. Y que se fortaleció sobre la base espiritual de la unidad del grupo en la adversidad. Toda una lección para la política popular en la etapa que viene. Se viene el momento de pensar la proeza futbolística de la selección como inspiración para el movimiento popular. Aprendiendo de su entrega, de su honradez, de su obsesión por la unidad, de su trato valiente y sin concesiones frente a los poderosos.

Finalmente, se dirá, el fútbol no es más que un juego. Es un modo de decir que el fútbol es una clave de lo humano. El ser humano es un animal que juega, según reconocieron los grandes filósofos de la historia.

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