La vida que Victor Wembanyama dejará atrás cuando llegue a la NBA

Victor Wembanyama corre hacia las gradas. Su equipo acaba de ganar su más reciente partido de la liga francesa, disputado en los suburbios de París. Mientras sus compañeros chocan puños y caminan en dirección al camerino, Wembanyama va en dirección contraria. Literalmente, hace un sprint hacia las tribunas.

Cuando llega frente al centenar de los aficionados más apasionados del Nanterre (quienes, para que quede claro, animan al equipo al que Wembanyama acaba de vencer), el desgarbado adolescente de 2.22 metros de estatura no se pavonea frente a ellos ni se jacta de haber sumado 25 puntos, 17 rebotes y cuatro bloqueos. No mueve los brazos ni hace muecas. La verdad, no hace ninguna de esas cosas que hacen los atletas jóvenes (y no tan jóvenes) cuando quieren alardear un poco.

Por el contrario, Wembanyama baja la cabeza. Inclina su cuerpo hacia adelante. Baja los hombros.

Se inclina hacia la multitud y deja que ésta le envuelva en un abrazo grupal.

En las próximas semanas y meses, la vida de Wembanyama girará incesantemente en torno a lo que vendrá después. Cómo manejará su elección (casi segura) en el draft por parte de los San Antonio Spurs. Cómo será su transición a la NBA. Cómo terminará ubicándose entre los grandes jugadores franceses, como Tony Parker, y los grandes de todos los tiempos como LeBron James.

Será una faena indetenible, y pocas cargas son tan pesadas como la del futuro sobre los hombros de una persona joven. Wembanyama no tiene ilusiones. Sabe bien lo que le depara el futuro.

Pero también está consciente del momento en que tiene que haber un adiós.

Mucho antes de que la palabra “Wemby” formara parte de la conversación del básquetbol global, Wembanyama era un chico grande de un pueblo pequeño que hacía el bien. Un chico que sentía orgullo de ser francés, decidido a ascender dentro del sistema deportivo galo, que tiene una conexión con sitios, gente y recuerdos en Francia que son muy difíciles de dejar atrás, con o sin NBA de por medio.

Esa es la razón por la cual, en esta noche de martes en Nanterre los ojos de Wembanyama se humedecen cuando finalmente logra salir del amasijo de fanáticos. El Nanterre, a pesar de haber sido dominado por Wembanyama en esta noche en particular, siempre será el club en el que jugó de niño, el club que le convirtió en lo que es hoy en día. Siempre se sentirá como un hogar. Y esta es la despedida.

Wembanyama da un paso atrás y saluda con su mano. Hace la forma de un corazón con sus manos. Sonríe y asiente mientras los aficionados comienzan a cantar: “Il est d’ici! Il est d’ici!

Él es de aquí, repiten una y otra vez. Él es de aquí.


DOS DÍAS ANTES del partido a jugarse en el pequeño gimnasio del Nanterre, Wembanyama juega en el Accor Arena, el estadio bajo techo más grande de París. El equipo de Wembanyama, el Metropolitans 92 y conocido coloquialmente como los Mets, suele jugar sus partidos de local en una pequeña arena en Levallois-Perret, a las afueras de la ciudad. Allí, la gradería se podría llenar con 2.800 personas. Sin embargo, este encuentro fue reubicado para darle a más personas la oportunidad de ver a Wembanyama de cerca antes de su partida.

Cerca de 16,000 aficionados se congregan en el lugar. Los boletos se venden en el mercado secundario por cientos de dólares. Algunas cosas del ambiente del lugar (tales como los extremos de degradación a los que llegan personas de resto normales para alcanzar una camiseta disparada desde una pistola de gran tamaño) son los mismos que vemos en una noche cualquiera en cualquier plaza del deporte profesional. Otros aspectos, como la atención singular que se le presta a Wembanyama (Wemby corriendo, Wemby robando, Wemby bloqueando, Wemby haciendo volcadas) son únicos.

La multitud estalla cuando Wembanyama roba el balón en el primer cuarto y va de un lado al otro de la cancha para volcar el balón. La multitud estalla cuando Wembanyama hace un bloqueo contundente. La multitud estalla (enfadada) cuando Wembanyama es sancionado por una cuestionable falta ofensiva y gesticula a los aficionados, alentándolos a que abucheen con más fuerza al árbitro.

“Estoy aquí por Víctor”, afirma Paulo Lopes, que viste una camiseta de Wembanyama y compra una gaseosa en la explanada.

“Estoy aquí para ver a Víctor”, dice Sylvain Mousseau, sentado en la tribuna superior con su familia.

“Estoy aquí porque mi hijo me dijo que teníamos que ver a Víctor”, cuenta Anne-gael Salaun, cuyo hijo de 8 años Carl ya ha empezado a negociar permisos con su madre para poder ver los partidos de Wembanyama en la NBA durante la próxima temporada.

No importa que muchos (si no la mayoría) de los presentes en el partido no siguen regularmente el baloncesto francés. La gran mayoría de las personas que visitan el Louvre un día cualquiera no son conocedores del arte. Sólo quieren ver la Mona Lisa, ver algo realmente hermoso con sus propios ojos.

Es lo mismo con Wembanyama, un gigante que juega como escolta. Es anguloso y flaco, pero también poderoso y feroz cuando se acerca a la cesta. Su capacidad para encestar a largas distancias es la misma de un hombre de la mitad de su estatura. Es la clase de jugador que puede (y logra) ganar los premios al Más Valioso de la liga francesa, su mejor jugador joven, mejor defensor, mejor bloqueador y máximo anotador, todos en la misma temporada. LeBron James calificó a Wembanyama como “extraterrestre del básquetbol”. ¿Y quién no quiere ver a un jugador tan extraordinario?

“Sentí tanta emoción viendo la cantidad de personas que vinieron”, afirma Wembanyama. “A veces, veo papás o mamás que absolutamente quieren una foto [conmigo], ni siquiera para sus hijos. Para ellos. Es gracioso y divertido”.

Es complicado entender lo que Wembanyama significa dentro del contexto de la cultura francesa. El básquetbol sigue siendo una especie de deporte de nicho en Francia, al menos en comparación con el fútbol. Y Wembanyama juega en una región que tiene a Lionel Messi y Kylian Mbappe como contemporáneos deportivos; sin mencionar la presencia de otros increíbles hitos culturales del arte, la cinematografía y gastronomía.

Sin embargo, Wembanyama tiene algo cautivante. Parte de ello radica en, simplemente, el momento: Wembanyama es gigantesco en todo el mundo, por lo que es gigantesco en Francia. Sin embargo, el periodista y comentarista francés Pascal Giberné indica que hay algo en el comportamiento de Wembanyama que resuena profundamente entre el pueblo francés.

La falta de interés, al menos hasta ahora, de Wembanyama en promocionarse o convertirse en algo más que un joven y talentoso jugador de básquetbol le ha dado una cualidad etérea, casi mística, en Francia.

“Normalmente, a los franceses no les gusta cuando te muestras demasiado seguro: aquí no tenemos lo que en Estados Unidos llaman ‘cockiness‘ (chulería). Es pura arrogancia”, indica Giberné. “Víctor no tiene nada de eso. La gente se siente cautivada por él. Está cultivando esa mística y la gente se siente más atraída por ello”.

“Están orgullosos de que sea francés, porque él está orgulloso de ser francés y actúa en consecuencia”, prosigue Giberné.

Asimismo, existe la teoría entre los periodistas deportivos y aficionados de que Wembanyama podría ser el rostro de un giro de atención más contundente hacia el básquetbol en Francia. La popularidad de esta disciplina deportiva ha aumentado entre los seguidores más jóvenes de todo el mundo en la última década, y si Tony Parker y Boris Diaw forman parte de la primera generación de estrellas francesas que inspiraron el interés por el básquetbol en el país galo, pues Wembanyama (si realmente llega a alcanzar las alturas que se han especulado) podría inclinar la balanza mucho más a favor del deporte de los gigantes.

Maxime Raynaud, que jugo con Wembanyama en las juveniles del Nanterre y ahora cursa segundo año en la Universidad de Stanford, considera que el momento es ideal para que se produzca este cambio de mentalidad.

“Teníamos esta idea tradicional en Francia: vas a jugar el deporte que jugaba tu papá, o el deporte que éste mira”, indica Raynaud. “Entonces, durante los últimos 100 años, todos tomaban un balón de fútbol. Ahora, tenemos acceso al básquetbol. Tenemos modelos para seguir en el baloncesto. Y Víctor será el rostro de todo ello”.

“Algunos dirán que es triste que Víctor se vaya de Francia”, prosigue Raynaud. “Pero creo que la mayoría, especialmente los jóvenes, están contentos de que se irá a Estados Unidos… para demostrar la fortaleza de [los jugadores] que pueden salir de Francia”.


DURANTE EL ÚLTIMO AÑO, Wembanyama ha residido en Ile de la Jatte, una larga y delgada isla en el Río Sena, al oeste de París. Aparte de ser pintoresca y propicia para la privacidad (el expresidente francés Nicolás Sarkozy, condenado por tres años a cumplir arresto domiciliario por corrupción es uno de sus residentes previos y actuales). Ile de la Jatte está removida, tanto literal como figuradamente, del zumbido de la ciudad.

La conexión entre Wembanyama y Francia no pasa por la Torre Eiffel ni el Arco del Triunfo, de la misma forma en la que el nexo del neoyorquino con su ciudad no tiene nada que ver con el Empire State. Es la gente (los vecinos, los tenderos, la gente que hace presencia regular en la vida de una persona) que permanece dentro.

Sobre la pasarela que conecta Ile de la Jatte con la comuna de Neuilly está el mercado donde Wembanyama compra habitualmente. Allí Rose, la mujer que trabaja allí, sabe escoger mangos y uvas cuando ve acercarse a Wembanyama (“Siempre pongo los mejores mangos delante”, nos dice). Unas puertas más arriba está la tienda y Max, el hombre que surte las estanterías y se preocupa de que Wembanyama se golpee la cabeza con las lámparas que cuelgan sobre los pasillos. En la esquina está la carnicería donde Wembanyama (que siempre ha mostrado interés por la gastronomía) se detendrá a comprar un pollo asado con patatas y charlará con Irnad o Nicolás, que visten sus delantales. O con Brigitte, que está tras la caja registradora, sobre la grasa utilizada en la preparación del platillo o la clase de calor utilizada en la cocción de la carne.

“Creo que la noción de familia siempre ha sido sumamente importante para Víctor”, indica Raynaud. “Y eso no solo implica a su familia biológica. Son todas las personas de su vida. Tiene un sentimiento muy fuerte por ellos y no lo ocultará”.

Wembanyama siempre ha sido así. Hay una suavidad en él, un candor y seriedad que hacen imposible a quienes le rodean no sentir afinidad con él. Amine El Hajraoui, desde hace muchos años administrador y entrenador de las juveniles del Nanterre, recuerda un torneo de fin de semana de hace varios años cuando Wembanyama, que no tenía más de 13 años, llegó a un partido matutino cargando una bolsa plástica llena de muslos de pollo precocidos y sellados al vacío. Wembanyama, que ya superaba 1.80 metros, no entendía por qué todos le veían extrañados. “¿Qué?”, dijo sinceramente. “Los necesito. ¡Sigo creciendo!”

El Hajraoui se acuerda del pollo, pero también de las conversaciones que tenían sobre la vida, la familia y la serie de televisión “Rick y Morty” (“Le encantaba ese programa”, afirma El Hajraoui). Bryan George, que entrenaba en el Nanterre, recuerda disfrutar de juegos de mesa con Wembanyama en el autobús, los dormitorios, donde fuera. Les encantaba jugar a “Risk” (“Riesgo”), originalmente inventado en Francia.

Raynaud se acuerda de Wembanyama en el Big Time, el restaurante de comida rápida ubicado en Place de la Boulle, a pocos pasos de los dormitorios y donde los jugadores del Nanterre iban después de las grandes victorias. O cuando Wembanyama leía libros en la cama extralarga que el club mandó a fabricar especialmente para él. O cuando Wembanyama hablaba de los libros de manga. O cuando Wembanyama le mostraba, de vez en cuando, el cuaderno donde dibujaba sus bocetos.

“Mis mejores recuerdos del básquetbol están en esos lugares”, expresa Raynaud. “Estábamos allí, juntos. Éramos nosotros mismos. Sin importar el gran jugador que era, Víctor siempre era él mismo”.

El personal del Nanterre ha puesto placas sobre los dormitorios donde pernoctaban algunos jugadores para conmemorar sus logros. Usualmente se colocan dichas placas muchos años después de la partida de un atleta, una vez que han logrado una carrera llena de triunfos o éxitos con la selección nacional.

Wembanyama dejó el Nanterre en 2021. Ya hay una placa sobre su antigua habitación en conmemoración de su paso por el lugar.

“Víctor es especial”, afirma El Hajraoui. “Quien se quede aquí, ahora podrá sentir su aura”.


CUANDO WEMBANYAMA TENÍA 14 AÑOS, pasó un verano jugando con el equipo de básquetbol del Barcelona. El club español estaba interesado en incorporarlo a tiempo completo a su programa y la oferta era interesante: el Barcelona es mucho más importante que el Nanterre. Una ciudad más grande. Un escenario mayor.

Pero Wembanyama dijo que no. A pesar de la atractiva propuesta blaugrana, Wembanyama estaba preocupado de que los entrenadores del Barcelona no fueran suficientemente críticos con él. Que no le exigieran lo suficiente para hacer que todas las facetas de su juego llegaran a su mejor nivel.

Se sentía seguro en el Nanterre (con los entrenadores franceses en los que confiaba y la vida que conocía bien), a pesar de que estaba consciente de que sería más difícil. Creía que era mejor que se quedara en Francia.

“No intentaba ser algo que no era”, afirma Raynaud. “No quería ir a España. No quería ir de un lado a otro. Es un chico francés. Él es francés. Está claro”.

En aquel entonces, no era el momento apropiado para que Wembanyama dijera adiós. Ahora sí. Quizás con la excepción de Imad el carnicero, que está preocupado por la calidad de la comida que ingerirá Wembanyama en Estados Unidos (“¡Me preocupa que no sea tan buena como la que tiene aquí!”), nadie cuestiona la idea de que Wembanyama, con Gregg Popovich y San Antonio esperándole, tiene que partir.

Su despedida ha estado marcada por mucha fastuosidad (el rapero francés Orelsan asistió recientemente a uno de sus partidos, al igual que Mbappé y el actor Omar Sy), y también mucha emoción, con momentos de reflexión y nostalgia sinceras por parte de Wembanyama mientras se prepara para dejar su hogar.

Antes del partido contra los Mets, varios ejecutivos del Nanterre le entregan una serie de obsequios, incluyendo una camiseta que sostuvo de cerca. Después de su abrazo grupal con los fanáticos, corrió lentamente alrededor de todo el gimnasio, tocando sus manos con la mayor cantidad posible de personas. Regaló su codera a un niño que usaba audífonos protectores, sentado sobre los hombros de su padre. Esta es su gente y cuando Wembanyama y el presidente del Nanterre Frederic Donnadieu tienen un momento privado, se convierte en una oportunidad compartida para mostrar gratitud: Wembanyama agradece a Donnadieu por haberle fichado para el Nanterre y Donnadieu agradece a Wembanyama por todo lo que éste trajo al equipo.

Ahora le espera Estados Unidos y pronto Wembanyama se irá para instalarse en la vorágine de la NBA: nuevas prácticas, nuevos sistemas y compañeros, nuevas camionetas todoterreno que manejar y nuevos restaurantes de parrilla tejana para degustar. Sin embargo, incluso cuando Wembanyama se marche de Francia, mientras deja atrás su antigua vida, ya está pensando en cómo podría volver a Francia con alegría porque este lugar (su lugar) siempre estará dentro de él.

Giberné, el periodista y comentarista, recuerda una conversación que sostuvo el pasado otoño con Wembanyama, cuando ambos pensaban en la dificultad de ganar un campeonato de la NBA en su primera temporada.

Será todo un desafío, le dice Giberné. Y Wembanyama está de acuerdo. Pero entonces, sus ojos parpadean.

“Sabes que los Juegos Olímpicos de 2024 serán en París”, le dice Wembanyama a Giberné. “Y no podría haber una ocasión más perfecta para ganar mi primer título con la selección francesa”.

Wembanyama sonríe.

“Mi objetivo”, afirma, “es ganar en la final a la selección de Estados Unidos”.

Con información adicional de Tom Nouvian

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