Los Celtics y el sueño imposible del regreso

El sueño del regreso es un sueño imposible. Ya lo decía Heráclito: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”.

Los Boston Celtics ganaron el cuarto juego de las Finales del Este en Miami, tras estar 0-3, y dieron un primer paso para gestar una vuelta que ningún equipo en la historia de la Liga pudo conseguir.

Esa búsqueda imposible, el regreso completo, ha sido el propósito de los viajeros más aventurados: los que surcan el tiempo. Los que persiguen la ilusión de volver a alguna parte. A una infancia feliz, a un amor olvidado, a un familiar que ya no está. A los amigos perdidos. Al sonido de la tiza contra el pizarrón. A cualquier parte.

La refutación del regreso, como alguna vez nos enseñó Alejandro Dolina en sus Crónicas del Angel Gris, es una realidad a la que no podemos escapar. Todo sigue su cauce, como un río en movimiento. Las flechas invitan a ser racionales, ajustarse al progreso y seguir el curso de las cosas, pero sin embargo, obstinados, incongruentes, absurdos, hay personas que mantienen viva la conquista de un imposible.

Quizás sea esta la invitación que los Celtics nos entregaron el martes por la noche en la NBA. Porque si de estadísticas se trata, ese 0-3 lucía demoledor con las escobas a la vista, pero mucho más el 0-150 de los equipos que intentaron volver para reescribir un guion ya cerrado bajo siete llaves.

Aún está lejos, pero es esa pizca de ilusión, ese regresar sobre las flechas de tránsito que ya ponían a Jimmy Butler y al Miami Heat en las Finales de la NBA, lo que nos empuja a lo inesperado. Lo que hace que levantemos la vista del suelo. La esperanza de que algo maravilloso puede suceder. Repito: no hay sueño más codiciado, perseguido y deseado que el que a priori luce imposible.

Fantaseo con algo: tengo de nuevo ocho años, estoy jugando al básquetbol con mi hermano en la terraza de mi casa. Mis papás están abajo. Son jóvenes, fuertes, sanos. Yo sé que no voy a ganar ese partido, porque soy más chico y además juego bastante peor que él. Pero sin embargo, lo intento. Me divierto, y mientras lo hago construyo mundos en mi cabeza que luego el tiempo, maldito tiempo, se encargará de destruir. Lo mejor de todo es que eso aún no lo sé. Y me esfuerzo. Me esfuerzo muchísimo por ganar aunque luego los años me enseñen que justamente ganar era lo que menos importaba. Porque es ese instante, ese momento mágico, el que resume un poco el comienzo de mi niñez. La felicidad, que nunca se sabe completa hasta que se la añora. El momento en el que aún todo puede ser posible, que la hoja está en blanco. Que aún estamos todos.

Quizás sea por eso que esta noche espero algo más que el regreso de una serie. Quizás sea por eso que en ese festejo mínimo, en esa grieta de luz que esbozan hoy los Celtics, viven muchos más sueños que los que se presentan en forma de partido de básquetbol. Sin saberlo, transito mi propio viaje de introspección. El mío, que seguramente se parezca al de ustedes.

Esquivo como puedo a los fantasmas que dicen que ya está, que no se puede, que para qué intentarlo. Que volver es una empresa imposible y que quien lo intenta solo terminará escondiendo su rostro entre lágrimas. Ah, la nostalgia, sentimiento difícil si los hay.

El sueño del regreso es un sueño imposible. Sin embargo, bien vale la pena conservar la ilusión de reconquistar ese tesoro extraviado. Quien piense así, quien ponga las manos en el fuego con el riesgo real de quemarse, podrá ser, desde hoy, y para siempre, parte de este viaje. El éxito, en definitiva, no está en la concreción sino en el intento sostenido.

Solo muere de verdad quien es olvidado. Y nosotros, guardianes del recuerdo, perseguidores de causas perdidas, no garantizamos absolutamente nada.

Solo el placer, el deber, y la esperanza de intentarlo siempre.

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