Los días más felices del pueblo futbolero, una vez más en Argentina
Hubo que esperar 36 años. La imagen de Diego Maradona mirando, encendido, la Copa del Mundo 1986 era el retrato nostálgico de un tiempo mágico, imborrable. Esa foto se reconvirtió este domingo, en el Estadio Lusail de Doha, con una escena igual de potente y simbólica como la de Diego. Lionel Messi levantando la Copa nos devuelve la gloria de aquella época, con los días más felices volviendo a casa.
Parecía un juego macabro del destino, empeñado a no dejarnos disfrutar. Primero fue en Italia 90, con las lágrimas de Diego tras caer en la final con Alemania, en el Estadio Olímpico de Roma. El título sirvió para contener el dolor de aquel partido, en el que el equipo de Carlos Bilardo llegó golpeado y con más fe que buen juego.
Luego llegaría Brasil 2014, el lugar perfecto para cerrar el círculo Maradona-Messi en el templo del Maracaná. El final, conocido, dejó otra imagen simbólica con un engaño visual: Messi observando hacia algún lugar, pasando por al lado de la Copa después de caer con Alemania. Un partido en el que Argentina mereció más, pero sólo se explica el resultado porque el fútbol tiene un condicionante azaroso del que no se puede escapar. El golpe continuó con las dos finales consecutivas perdidas en la Copa América 2015 y después la de 2016. La esperanza se había transformado en un karma.
El optimismo por ver a Messi levantar una Copa del Mundo dejó como resultado una obsesión por verlo ser campeón de algo, no importaba qué. Su tristeza era la de un pueblo que ya no podía aguantar otro golpe. Pero el cambio de timón llegó a tiempo, casi sin que nadie se lo proponga. El caos de Rusia 2018 fue un antes y un después, más abajo ya no se podía caer y sólo quedaba empezar a asomar la cabeza.
La llegada de Lionel Scaloni le dio armonía a una AFA que tenía todo el descreimiento ganado con razón. Además, el entrenador se encargó de hacer una renovación profunda a una generación que había dado hasta lo último pero que no tuvo suerte, una decisión que descomprimió. Su mano empezó a aparecer al poco tiempo. Con Messi teniendo de laderos a Rodrigo De Paul y Leandro Paredes, el equipo renovó su piel y el “Maracanazo” de 2021 en la Copa América confirmó que el destino oscuro de años anteriores se había quebrado.
El nivel demostrado en lA cancha y la identificación con la gente, prácticamente nunca antes visto con tanta potencia, le dio a la Selección un nuevo aura. Aquellos días de frustraciones habían quedado atrás y había razones para soñar con el Mundial de Qatar 2022. El paso por Eliminatorias Sudamericanas fue tan perfecto que los hinchas argentinos rompieron récords de entradas solicitadas a la FIFA para el Mundial. Algo había nacido, una energía especial, difícil de explicar pero aún más de apagar.
El Mundial de Qatar arrancó con un golpazo ante Arabia Saudita, un aviso a tiempo para recordar que estas competencias no perdonan errores. Pero algo había flotando en el aire sin generar extrema preocupación y las declaraciones de Messi al final del partido transmitieron calma: no nos iban a dejar tirados. Pasaron México y Polonia por fase de grupos, Australia en octavos, Países Bajos en cuartos y Croacia en semis, con una personalidad avasallante. A veces sufriendo, otras luciendo.
La final con Francia es otro ejemplo perfecto que el fútbol no tiene explicación ni lógica. Después de 75 minutos brillantes de Argentina, los franceses llegaron al empate con dos goles de otro partido. Messi en el suplementario dio la ventaja, Mbappé lo volvió a igualar. “Dibu” Martínez nos dio la atajada del campeonato sobre la hora. Y los penales. Los penales nos devolvieron la alegría en la misma proporción de todo el sufrimiento acumulado, no sólo en este Mundial, sino los de Italia 90 y Brasil 2014. Ya no habrá que volver a México 86 para rememorar un tiempo mágico, ya lo tenemos a mano y será nuestro. De Ushuaia a La Quiaca. Porque los días felices siempre fueron, son y serán argentinos.