Salón de la Fama NBA: me sumergí en la historia y regresé para contarlo

SPRINGFIELD — Son las 16.04 del jueves y aún estoy en el auto que me lleva desde el hotel al Naismith Basketball Hall of Fame. El GPS avisa que el museo cierra a las 17.00 y parece ser cierto, porque los pocos empleados que quedan en el recinto empiezan ahora con el operativo de desarmado. Un día más para ellos. El gran día para mí.

Manu Ginóbili va a ingresar al Salón de la Fama y yo he venido hasta Springfield, enviado por ESPN, para vivir ese momento de cerca. Abro la puerta en el 1000 del Columbus Avenue y el silencio es desmoralizador. No se escuchan ni siquiera pasos y temo que ya no me permitan ingresar. A lo lejos, entonces, veo a un hombre que tiene que ser Steve Delnickas, director de operaciones del Hall of Fame. Me dijeron que lo contacte, pero la esperanza es ínfima. Me acerco, me presento, le digo que soy argentino. Me mira. Lo miro. Redoblo la apuesta: trabajo en ESPN. Y nací en la ciudad de Manu Ginóbili. Un golpe bajo al sentimiento como último recurso.

Steve me mira y dice: “cerramos 16.30 pero hasta que apagamos las luces hay un poco de tiempo para conocer”. No es la mejor respuesta, pero al menos es algo. Siento la terrible ansiedad de alguien a quien le regalan un millón de dólares para gastar pero tiene solo un minuto para hacerlo. Corro para un lado, vuelvo, camino apurado, me detengo. Quiero conocer, quiero disfrutar, quiero entender. Pero el tiempo pasa rápido y no puedo controlarme.

Detesto que el vuelo de New York a Boston se haya demorado. Que haya tardado tanto en retirar el auto del aeropuerto. Me da bronca tener que atragantarme de reliquias en vez de disfrutar la entrada, el plato principal y el postre. Quiero divertirme. Sí, trabajo de esto, pero al menos hoy no puedo considerar esto como un trabajo. Sería un insulto para quien esté leyendo estas líneas: para mí estar acá en este momento, con este contexto, es un sueño hecho realidad. No pasa muy a menudo que alguien tan cercano como Manu esté a punto de convertirse en leyenda eterna. Es un cometa Halley que pasa una vez en la vida. Y se que a medida que empiece el camino me emocionaré con lo que encuentre.

¿Cómo es afuera? Quien busca en internet verá el frente con el balón metálico y el obelisco. Sin embargo, el ingreso es por el parking y allí está la célebre estatua de James Naismith a las afueras del recinto. Es piedra grabada diseñada por el estudio de Brian Hanlon y debajo de sus pies lucen palabras como “liderazgo”, “trabajo en equipo”, “iniciativa” o “determinación”. Es llamativa, poderosa, impactante, pero se trata del cierre de un recorrido. Hay una vereda que sale desde el parking, con balones grabados en pintura al suelo, y bancos de cemento que enaltecen personalidades del básquetbol.

En su parte cubierta, el Hall of Fame tiene tres pisos. El dato clave: empezar de arriba hacia abajo para finalizar en la cancha de básquetbol, donde sí, se puede jugar. Empecé, claro, por el tercer piso, justo en el anillo que rodea al estadio. Lo que tenemos ahí es lúdico para el caminante: uno puede medir su estatura con James Harden, calcular el tamaño de la mano de Stephen Curry grabada en un balón, o la extensión de brazos de Giannis Antetokounmpo, entre otras cosas. Hasta aquí, normal. O por lo menos esperable.

Lo mejor vendrá a partir de este momento.

Steve vuelve a pasar y ya nuestra relación es otra. “¿Pudiste tomar imágenes de lo que querías?” “Me falta un poquito”, le digo. Sonríe y aclara: “Hacé tranquilo que tenemos tiempo”. Me relajo y empiezo de nuevo. Tomo conciencia que estoy solo en este momento en el Salón de la Fama. No estoy exagerando: estoy literalmente solo con Steve siguiéndome y viendo cómo me impacta todo lo que veo. Me dice que me va a esperar lo que haga falta en el momento exacto en el que estoy dentro de un recinto especial llamado The Hall of honor, ya en el segundo piso. Creo que se da cuenta lo que estoy viviendo: frases grabadas en la pared y una foto de James Naismith que está hecha de miles de fotos de Hall of Famers, son la antesala de un espacio que me eriza la piel. Contengo las lágrimas porque es una sala 360° en la que uno se para en el medio y contempla imágenes de la historia de la NBA junto al nacimiento de la Clase 2022. Veo un festejo de Chamberlain y aparece la figura de Manu sumergida entre camisetas icónicas de la NBA. Un trabajo audiovisual brillante que se combina con lo que pasa detrás: un panel con todos los nombres grabados de los Hall of Famers a lo largo de la historia. Me pregunto: ¿Ya estará Ginóbili? Y la respuesta es sí: al cierre de los apellidos está ya la flamante clase completa.

Hay un recorrido lineal que combina soporte audiovisual y artículos que son incunables. Desde cartas hechas cuadros con las primeras reglas del juego escritas a mano por Naismith, hasta el paso del amateurismo pleno a los primeros equipos organizados. Del básquetbol colegial a los orígenes del March Madness. Video, fotografía, articulos y texto con un diseño gráfico elite. Entre cada muestra, pequeñas salas de proyección de videos especiales. Un mundo de colores que no permite el aburrimiento para nadie.

El Hall of Fame no está hecho para historiadores. O al menos no solo para ellos. Está hecho para la gente y eso incluye todas las edades. Sí, están los artículos para el fan puro como camisetas de Michael Jordan de Bulls icónicas, Magic Johnson en Lakers, Larry Bird en Celtics o el mismísimo Jerry West (es asombroso el estado increíble en el que se encuentran artículos de más de medio siglo de antiguedad), pero está plagado de juegos interactivos para los jóvenes. Muchas cosas se pueden tocar y eso es original y llamativo. Muchísimo mejor que cualquier otro museo deportivo que conocemos.

Hay un espacio en el que uno puede recrear con una pantalla movimientos icónicos: el sky-hook de Kareem, el cross-over de Allen Iverson y, por supuesto, el euro-step de Ginóbili.

La muestra especial de Kobe Bryant deja al visitante al borde del llanto. El audio emotivo, la leyenda de la Mamba Negra, el corte abrupto de su vida. Camisetas, zapatillas, fotos, videos. Tiene absolutamente todo en una doble-sala alusiva al crack de Lakers.

El artículo más llamativo que vi en el museo es la camiseta de los 100 puntos de Wilt Chamberlain. Supuse que era una réplica, pero Steve me confirmó que era la original. “Es la que usó en ese partido. Sí, la de la foto y el cartel firmado en papel”.

Dos cosas me parecieron muy divertidas y vale la pena para quien vaya acompañado. Básicamente porque uno tiene que sacar la foto y el otro hacer de modelo. Por ahora, salvo que coloquen robótica, se necesitan dos personas. Hay un espacio para posar con el trofeo Larry O’Brien y otro para simular ser uno más del equipo TNT de televisión junto a Charles Barkley, Shaquille O’Neal y compañía. Son sets muy bien hechos, al estilo NBA.

Para la reflexión, excelente el espacio sobre lucha de derechos, el “Center of Attention” con George Mikan y Bill Russell, y el apartado sobre la Asociación de Jugadores. También el Coaching Circle, el espacio NCAA, otro para fans célebres y para contribuyentes a la comunidad. Una cosa brillante del Hall of Fame es el espacio igualitario que tienen las jugadoras y entrenadoras femeninas respecto a los hombres. Para quitarse el sombrero cómo está distribuido.

Si te gustan los trofeos históricos, de esos que ya no se hacen más, este es el espacio ideal. Me sorprendió particularmente uno de los Celtics en la era Walter Brown de 1964. Una belleza que maravilla por su originalidad y trabajo técnico. Y el premio del Coach of The Year de Red Auerbach en 1988-89 que está hecho a escala real en la ciudad de Boston.

Antes de bajar a la cancha, me choco con el saco naranja tradicional que se le entrega a los inducidos, creado por el Hall of Famer Carlton Dixon y su esposa Nikki en octubre de 2016. Y los anillos. ¡Wow! Piezas únicas de diez kilates, con 15 diamantes en el centro, sumergidos dentro una piedra granate que los cobija. Impresionante.

Steve se me acerca y me dice que puedo ir al rectángulo de juego creado para la ocasión. Profesional, con aros NBA. Está decidido ahora a acompañarme. Las luces están bajas, pero Steve dice que lo solucionará pronto. De estar casi a oscuras, enciende todo y siento de golpe que estoy en una película. Solo, absolutamente solo en un espacio que contiene gigantografías de las grandes estrellas de la NBA y WNBA. Respiro hondo y comprendo que será un momento que recordaré muchas veces con el correr de los años. Y empiezo a mirar más fino. En uno de los laterales superiores, diviso el nombre: “Manu Ginóbili” junto a los integrantes de la clase 2022.

Hay cuatro aros que simbolizan las épocas: de los viejos canastos de madera de Naismith y la YMCA, a los actuales que sirven de embudo para los tiros de Stephen Curry.

Steve me dice que observe el sector de niños. “Se usa mucho. Muchísimo”. Cuatro aros a diferentes escalas y la recomendación de no colgarse para evitar accidentes. La música ambiental nos traslada a distintas épocas. Steve me dice que lo acompañe, que quiere mostrarme el Hall principal. Y ahí llego, entonces, para toparme con la vieja camiseta de los Bulls blanca de mediados de los ’80. La original que usó Michael Jordan. David Robinson, George Gervin, Larry Bird, Wilt Chamberlain. Me encuentro con Pete Maravich, casaca de Utah Jazz y los calcetines grises que lo acompañan como marca registrada. Y pienso, queridos amigos, que la diferencia para marcar un corazón está siempre en el detalle.

Al piso, de una manera muy original, zapatillas grabadas. Las de Jordan, las de LeBron y las de Shaquille O’Neal, entre otras, que asombran por su tamaño. Había arriba salas de proyección, pero lo que veo ahora parece ser un cine. Frases históricas grabadas en la parte superior. Está cerrado. Le pregunto a Steve si verdaderamente es un cine. Se ríe. “Vamos a comprobarlo”. Y abre la puerta. Quedo maravillado: es una sala de cine real ambientada con el Hall of Fame. “Lo usamos para conferencias y para proyecciones especiales. También lo alquilamos”. No me quiero ir, pero se está por cumplir el turno y ya gané mucho más tiempo del que tenía en una primera instancia. Y entonces hago mi último tiro: “¿Tienen alguna tienda de venta de artículos de merchandising?”.

Y allá vamos.

LO QUE HAY EN EL STORE Y LO QUE VALE

Una vez más, abrieron la tienda solo para mí. Solo, con los empleados en plan de salida, recorrí todo lo que tiene. En el centro de la tienda, un aro gigante con balones dentro y la inscripción clásica del Hall of Fame. Sección de librería adelante -mucho material de Kobe-, y lo clásico: remeras, buzos, balones, vasos, tazas, imanes. Me dirijo directamente al sector Clase 2022, con mi foco puesto en Manu. Y entonces encuentro algunas cosas para el recolector de memorabilia .

El libro de la Clase 2022 tiene precio de 17 dólares. El poster, 15. La taza 25 y el buzo 60. A lo lejos hay material de otras clases, pero todo tiene que ver ahora con este fin de semana. Con la inducción del día 10. Hago fotos, recorro el espacio y me despido.

EL FINAL DEL CAMINO EN EL HALL OF FAME

Steve camina ahora a mi lado. Me cuenta que, por año, más de 200.000 personas visitan este espacio. Que casi siempre hay gente. Me siento bendecido por haber hecho este recorrido con tanta paz y tranquilidad. Steve, que hasta casi una hora y media era un completo desconocido, sonríe y me estrecha la mano. Le agradezco y le explico, emocionado, lo que significa para mí ver a Ginóbili entre tantas figuras. “Fue un camino largo. Es nuestro propio Michael Jordan”, le explico.

“El placer es mío. Gracias por visitarnos y por tu pasión. Te recibiremos cada vez que quieras volver. Esta es la casa de los amantes del básquetbol”.

Aún sorprendido por lo que vi, empujo la puerta principal y dejo atrás el Hall of Fame. No se si habrá segunda vez. Me sumergí en la historia y regresé para contarlo.

Un viaje mágico, único y, por sobre todas las cosas, inolvidable.

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