Vencedores vencidos: la histórica victoria de Argentina contra Estados Unidos en Indianápolis 2002

Y ahora tiro yo porque me toca

En este tiempo de plumaje blanco

De un mudo con tu voz, de un ciego como yo

Vencedores vencidos


La música como ritual. Como religión. Como canto de aliento. Como celebración. La música, con sus mejores intérpretes, es imbatible. ‘Esta es la banda de la Argentina, que está bailando de la cabeza, se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda más loca que hay’, cantaban, saltaban y bailaban esos doce jóvenes irreverentes. Parecía una locura cuando lo hicieron antes del partido, frente a sus rivales, en el pasillo que separa el vestuario de la cancha. Parecía una locura cuando lo hicieron después en el solitario festejo, cuando ya habían dado el gran golpe.

El 4 de septiembre de 2002 es una fecha trascendental para el deporte mundial. Esa noche, en el Conseco Fieldhouse de Indianápolis, Argentina venció 87-80 a Estados Unidos en la segunda fase del Mundial de básquetbol y así le provocó la primera derrota de la historia a un equipo formado por jugadores de la NBA. Los que nunca habían perdido en 58 partidos desde que utilizaban a los representantes de la mejor liga del mundo, finalmente habían caído. Vencedores vencidos.

Diez años antes, en el Torneo de las Américas clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el objetivo principal de cada rival del Dream Team era tener una foto de recuerdo. Claro, en ese seleccionado estadounidense Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird eran quienes más brillaban en una auténtica e inigualable constelación de estrellas. Ganarle no era ni una utopía.

Pero algo había cambiado. Estados Unidos era el candidato, como siempre. Jugaba en su casa y tenía un plantel con grandes figuras de la NBA que se habían destacado en la temporada 2001-2002, aunque no con varios de los mejores de todos los tiempos como aquel original equipo soñado. Reggie Miller, ídolo de Indiana Pacers, había sido campeón del mundo en 1994 y oro olímpico en 1996; Jermaine O’Neal venía de ser elegido como el jugador de mayor progreso; Paul Pierce venía de promediar 26, 1 puntos por partido (con 40,4% en triples y 46,1% en dobles); Michael Finley, en su novena temporada en la NBA, había promediado 20,6 puntos por partido (su quinta campaña consecutiva con más de 20 puntos por juego); Ben Wallace acababa de ser elegido por amplia mayoría como el jugador defensivo de la temporada; Shawn Marion había promediado 19,1 puntos y 9,9 rebotes; Elton Brand venía de ser All-Star con registros de 18,5 puntos y 11,3 rebotes; Baron Davis, un base explosivo con 18,1 puntos, 8,5 asistencias y 2,1 recuperos por encuentro en aquella temporada; Andre Miller, líder en asistencias de la temporada con 10,6, además de 16,5 puntos por partido. Antonio Davis, Raef Lafrentz y Jay Williams completaban el equipo que dirigía el prestigioso George Karl.

Ese era el panorama que tenía enfrente el seleccionado albiceleste, entrenado por Rubén Magnano. Solo Juan Ignacio Sánchez y Rubén Wolkowyski habían participado de la NBA, pero ninguno de los dos con un paso llamativo por la liga más poderosa del planeta. Emanuel Ginóbili, que estaba a las puertas de abrir su glorioso camino en San Antonio Spurs, aún era un desconocido para los fanáticos estadounidenses. Fabricio Oberto, Luis Scola, Andrés Nocioni, Alejandro Montecchia, Leandro Palladino, Lucas Victoriano, Gabriel Fernández y el capitán Hugo Sconochini, competían en las ligas más importantes de Europa, mientras que Leonardo Gutiérrez eran el único que jugaba en la Liga Nacional de Argentina. 11 de los 12 habían sido campeones de América un año antes en el Premundial.

El partido, que es hipnótico y no se puede dejar de mirar completo cada vez que aparece ante nuestros ojos, lo dominó Argentina de inicio a fin. Potenció sus virtudes y minimizó las de Estados Unidos hasta dejarlo, por momentos, ridiculizado. Todos los de celeste y blanco tocaban la pelota, todos convertían, todos defendían cada pelota como la última de sus vidas. Siempre el tiro adecuado, siempre la búsqueda de lo colectivo por sobre lo individual. Aquel equipo en el que aún no había una gran estrella definida, más allá del crecimiento en ebullición que mostraba Ginóbili, daba muestras de un básquetbol sublime. Esos jóvenes se llevaban por delante a quien se le pusiera adelante.

Las frías estadísticas indican que el máximo anotador argentino fue Manu con 15 puntos, seguido por Chapu con 14, Luis con 13 y Fabricio con 11. Pepe y el Colorado aportaron 9 cada uno, Hugo y el Toro otros 7 por cabeza y Gaby 2. El Puma no convirtió, mientras que Lucas y Leo no ingresaron. Que Pierce fue el goleador con 22 solo decora la planilla.

Ni los protagonistas podían creer lo que habían hecho cuando aún faltaba escuchar la bocina del final. “Nos miramos a los ojos con Pepe y nos dijimos: ‘no podemos creer lo que hicimos'”, recordó Ginóbili en un programa especial de ESPN a diez años de la victoria.

Hay imágenes que no se pueden borrar de la mente de quienes hayan visto ese partido: el tapón de Scola a O’Neal con el posterior pisotón del interno norteamericano; las piruetas de Manu en el aire para definir con elegancia; la volcada de Chapu para sacar 18 que recorrió las tapas de los diarios de todo el mundo; el empujón cargado de impotencia de Antonio Davis a Montecchia; el festejo de Nocioni tras la falta en ataque de Finley cerca del final del juego; el llanto del pibe argentino en la tribuna; las sonrisas y los abrazos de los que estaban en el banco cuando se sentenciaba el juego; el puño en alto de Montecchia levantado en andas por Gutiérrez; los saltos de los doce jugadores en la mitad de la cancha celebrando la victoria.

“Es el golpe más importante de la historia del deporte”, aseguró Alejandro Pérez en el relato televisivo. “Nos perdimos la oportunidad de apostar en este partido la deuda externa”, se lamentó Marcelo Nogueira en el comentario. Lo cierto es que Argentina había conseguido lo que nadie antes.

Después de los festejos, Magnano les propuso a los jugadores un nuevo desafío. El entrenador escribió en una pizarra: ‘Entramos en la historia, vamos por la gloria’. Argentina había vencido por primera vez a los eternos vencedores. Silenció al que siempre había celebrado. Los NBA ya no eran invencibles. Los diarios, las radios y los televisores de todo el mundo hablaron de la epopeya de ese equipo. Mucho más que buena suerte. Talento y ejecución perfecta para un triunfo histórico. Vencedores vencidos.


Buena suerte y más que suerte, sin alarma

Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de tu calle, la banda de mi calle.

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