FUTBOL – Estudiantes, Bilardo, la Guerra de Malvinas y una hazaña inolvidable ante Gremio en la Copa Libertadores de 1983

Estudiantes recibe a Gremio por la tercera fecha de la fase de grupos de la Copa CONMEBOL Libertadores 2024, en el estadio UNO. Se trata de un duelo con historia, que reedita uno de los grandes momentos en la memoria Pincha. Uno que recuerda a Malvinas, a Bilardo y a Sabella. El partido de este martes 23 se podrá ver en vivo por Star+ (para Sudamérica) a las 19.00 (ARG, URU y CHI) y 17.00 (COL, PER, ECU).

Cuando se trata de la Guerra de Malvinas y el fútbol, las conexiones que se producen en la mente y el corazón de los argentinos son varias. Quizás la más significativa haya sido la ocurrida en en cuartos de final de México 1986, con los dos goles de Diego Maradona -la Mano de Dios y el mejor gol de la historia de los mundiales- para darle la clasificación a Argentina ante Inglaterra. Si bien la pelota y las balas nunca deberían mezclarse, hubo algo así como una revancha poética desde los pies (y el puño) del crack de Napoli.

Recién habían pasado algo más de cuatro años de una guerra dolorosa, injusta, y la herida, que jamás cicatrizó, estaba abierta en el corazón y el alma de los argentinos.

Hubo, sin embargo, un antecedente a ese Mundial que vinculó a Malvinas y el fútbol argentino. Esta vez sin ingleses en el medio pero sí brasileños, rivales acérrimos de nuestro fútbol de todos los días.

La escuela de Estudiantes: Zubeldía, Bilardo y un equipo inolvidable

8 de julio de 1983. Estudiantes y Gremio se encontraban en La Plata, en el estadio Jorge Luis Hirschi, por semifinales de la Copa Libertadores. Gremio sería, al final de la competencia, el campeón del torneo. Pero antes de levantar la Copa, se encontró de frente con la mística Pincha. Con la escuela de un club hecho de sangre, sudor y lágrimas.

Pongamos este partido en contexto. Carlos Bilardo, némesis de César Luis Menotti, entrenador campeón del mundo con Argentina en 1978, y defensor a ultranza del pragmatismo extremo en el deporte, ya no estaba en el club porque había asumido como entrenador de Argentina. Un ciclo que empezaría tumultuoso, discutido, pero terminaría con un título y un subcampeonato mundial. “Yo no soy perdedor, soy ganador”, decía Bilardo. Cuánta razón tenía.

Igual, ese Estudiantes tenía la impronta de Bilardo, heredero intelectual del maestro Osvaldo Zubeldía, en sus entrañas. El deporte es para pícaros e inteligentes y ambos defendieron esta premisa como ninguno.

En aquel equipo Pincha, Alejandro Sabella, quien luego sería el inolvidable entrenador de la Selección Argentina subcampeona en Brasil 2014, era la creatividad y el talento. El distinto. Había regresado de Leeds y bajo el mando de Bilardo había logrado ganar el Metropolitano de 1982. Sabella, además, compartía mediocampo con otros dos cracks de gran pie: Marcelo Trobbiani y José Daniel Ponce. El equipo que ganó ese campeonato, que catapultó a Bilardo a la Selección y que se lo dedicó a la memoria de Zubeldía fallecido en diciembre de 1982 en Colombia, ganó 21 partidos, empató 12 y perdió solo tres. Sumó 54 puntos de los 72 en juego, convirtió 50 goles y le metieron 18.

Estudiantes-Gremio, 1983: la Libertadores y el recuerdo de Malvinas

Es importante decir esto: Estudiantes no era ganar a cualquier precio. Jugaba bien. De todos modos, Bilardo, para este partido ante Gremio, ya no estaba. Y quien estaba al frente del equipo era Eduardo Luján Manera.

El formato de la Copa era el siguiente: dos grupos de tres equipos, y el ganador de cada zona llegaba a la final. Era un momento realmente tenso para un partido de fútbol. Se jugaba un año después de la Guerra de Malvinas. Barcos y aviones británicos habían llegado a Rio Grande do Sul, lugar en la que Gremio tiene su sede.

“Sabíamos de la Guerra de las Malvinas”, dijo Tarciso, jugador de Gremio, a ESPN. “Nos quedamos en Buenos Aires, en un hotel más alejado, sin embargo solo sentimos el ambiente de la cancha cuando llegamos al estadio. Todos gritaban y el ambiente era hostil. Comentamos en el vestuario, antes de entrar a la cancha, que debíamos jugar para Brasil. No solo para Gremio y Rio Grande do Sul. Teníamos que ser guerreros”.

El árbitro uruguayo Luis da Rosa, que no quería mostrarse intimidado por la situación, amonestó a Trobbiani antes de que empezara el partido por invadir el círculo central. Promediando el primero tiempo, lo expulsó a él y también a José Daniel Ponce.

Sergio Gurrieri, con nueve jugadores, hizo el gol de Estudiantes para poner el 1-0 ante un público embravecido. Gremio empató por intermedio de Osvaldo y el partido se fue a la primera mitad empatado 1-1.

“No fue un partido normal. Fue una guerra en el campo”, agrega Tarciso. “Fuimos tratados como brasileños traidores. No era fútbol, ​​sentían odio hacia nuestro equipo. Fue toda Argentina contra Gremio. Nunca vi nada igual”.

En la segunda mitad, César en el minuto 52 y Renato Gaucho en el 64 pusieron el 3-1 para Gremio. Había olor a goleada y era lógico: ¿11 jugadores contra 9? Ya está, partido definido. El arquero Mazaropi empezó a hacer gestos obscenos a la tribuna y empezaron a volar piedras y botellas desde la tribuna.

La hazaña empezó a gestarse desde la profundización de la desgracia deportiva. Porque da Rosa, sensible al extremo, expulsó a Julián Camino y Hugo Tévez para que el ambiente se ponga aún más caliente en 1 y 57.

El Pincha no iba a bajar los brazos. ¿Con siete jugadores? Sí, con siete. El mandato de su historia así lo indicaba. Por Bilardo. Por Zubeldía. Por Juan Ramón Verón. Por Raúl Horacio Madero. Por la bronca de Malvinas. Y allí fueron, siete contra once. A jugarse lo que queda. Con el corazón en la mano, con el estómago revuelto, a la caza de un milagro.

Nadie pudo nunca explicar cómo Estudiantes acorraló a Gremio. Lo puso contra un arco en evidente disparidad. El deporte es energía, es actitud, es confianza. Y así, apoyado por su gente, Estudiantes fue. Primero, llegó el segundo gol del Chango Gurreri en el minuto 77. Y nueve minutos después, fue Miguel Ángel Russo, hijo pródigo de la escuela Pincha, el que puso el 3-3 definitivo ante la incredulidad de los brasileños.

“No tengo ninguna duda, este señor (Luis Da Rosa) vino predispuesto, dirigió con total mala intención”, dijo Luján Manera en declaraciones a El Gráfico.

Quizás da Rosa, en su castigo a Estudiantes con cada tarjeta, lo que hizo fue inyectarle confianza. Como un toro que ve el color rojo y avanza con furia hacia el objetivo.

“Es imposible de explicar”, dijo años después Claudio Gugnali, defensor de Estudiantes. “Siempre le dije a Sabella: ‘¿Cómo lo hicimos? ¿Cómo estábamos posicionados?’ Fue un 2-2-2 y el arquero. A veces la gente pregunta por qué no hubo cinco minutos más de prórroga. Creo que si la hubiesen dado, Gremio habría ganado 7-3″.

Inolvidable, maravillosa, épica y única, la remontada en 1 y 57 es una de las hazañas más fantásticas que dio la Copa Libertadores en su rica historia. Como no podía ser de otra forma, le pertenece a Estudiantes.

Una forma de hacer escuela.

Una escuela en todas sus formas.

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