La Selección, cuna de cracks

Pasan los años y la Selección Argentina sigue siendo una potencia, más allá de todos los problemas que se van sucediendo. En algún momento fue Mario Kempes, en otra época Diego Maradona y en la actualidad Lionel Messi: “La Albiceleste” está más viva que nunca y es la que más títulos oficiales acumula a nivel global.

Tal vez el primer crack absoluto que salió de estas tierras fue Alfredo Di Stéfano, una leyenda única a la que el combinado nacional no pudo disfrutar por diferentes motivos. Por la ausencia de Copas del Mundo durante doce años (1938-1950) por la Segunda Guerra Mundial y porque en aquella época los futbolistas jugaban para los países a los que pertenecían sus respectivos clubes, apenas vistió una temporada esta camiseta para que luego lo disfrutaran Real Madrid y España.

Con decenas de otros grandes jugadores que participaron en el camino, el primer héroe que apareció para la Selección Argentina fue Mario Kempes: 6 goles en los últimos 4 partidos del Mundial de 1978, con un doblete incluido en la final ante Holanda como local, lo colocaron en el Olimpo para siempre. “El Matador” fue el goleador y el mejor jugador del torneo que significó la estrella inaugural en la competencia más importante. Al margen de los títulos o no del Seleccionado, el potrero, el talento, el desparpajo, la personalidad y la jerarquía existente en este suelo no se interrumpieron jamás. Los equipos más poderosos de Europa pagan fortunas por ellos y por algo es.

No importaron los gobiernos de turno, el valor de la moneda, las dictaduras, los problemas económicos: Argentina continuó siendo una potencia mundial desde que César Luis Menotti marcó una bisagra como técnico en 1975. La Selección ya no era un desprestigio ni una “pérdida de tiempo” para los grandes jugadores, sino todo lo contrario: todos querían calzarse la camiseta y recorrían miles de kilómetros aunque fuera para los amistosos.

La década de 1980 es la que muchos señalan como “la era de oro” del fútbol argentino: en un Superclásico podían verse Maradona, Miguel Ángel Brindisi y Hugo Gatti de un lado; Ubaldo “Pato” Fillol, Daniel Passarella y Kempes del otro. La fuente de futbolistas impresionantes era inagotable e imparable. Así fue como llegó la segunda estrella, en México 1986, de la mano de un Diego colosal que protagonizó la mejor actuación individual de todos los tiempos en las Copas del Mundo.

El Gol del Siglo, la Mano de Dios, la magia desplegada contra Italia y Bélgica y la asistencia a Jorge Burruchaga en la definición para derrotar a Alemania hicieron que “El Diez” quedara eternamente en la memoria de los futboleros. Cuando murió el 25 de noviembre de 2020, la pelota, esa que no se mancha, lo lloró en cualquier parte del planeta.

Luego llegaron los fallos arbitrales en contra en la final de Italia 1990, el dóping positivo de Maradona en 1994, dos Copas del Mundo sin Maradona ni Messi, varios tragos amargos y la brillantez de un Messi insuperable para quedarse con La Tercera ante los ojos de los jeques de Qatar, la arena del desierto y 40.000 argentinos que coparon la capital Doha como si fuese Buenos Aires. Ni siquiera el fenómeno de Kylian Mbappé pudo cortar con la ilusión de “La Scaloneta”, que se coronó con la imagen de “Leo” levantando el trofeo que tanto se merecía, ante la euforia albiceleste en las tribunas del imponente Estadio Lusail.

Con muchos defensores a ultranza por estos lugares del planeta, con varios críticos repletos de envidia en Europa, hay algo que jamás alguien podrá negar: el fútbol argentino produce fenómenos siempre, en cualquier época, independientemente del contexto. Larga vida a él.

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