A propósito de Cavani

(Por Walter Vargas).- En el contexto de un Edinson Cavani que ya gritó su primer gol con la camiseta de Boca, se vuelve pertinente, si no urgente, reponer cuáles han sido las derivas de las estrellas y mega estrellas llegadas a la Argentina desde la misma fundación de la Era Profesional, cuya data se remonta a mayo de 1931.

Por cierto, la noción de estrella del fútbol es de vieja data, pero la noción de mega estrella, de aproximada localización, remite hacia finales del siglo XX y comienzos del siglo en curso.

El no argentino inaugural y primordial en Boca Juniors fue, sin más, el paraguayo Delfín Benítez Cáceres, un felino del áreas cuyos números son de verdadera luminaria: 114 goles entre 1932 y 1939.

Hay, en la rica historia Xeneize, otros dos sudamericanos que escribieron historia grande, tales como el oriental Severino Varela, el de la boina (43 goles en 67 partidos entre 1943 y 1945) y el brasileño Paulo Valentim, el de ?Tim, tim, tim, goles de Valentín (67 anotaciones en 109 partidos entre 1960 y 1965, eximio ejecutante de penales, habitual verdugo de River), pero en cierta medida destacan en la condición de excepciones.

También Sergio ?Manteca? Martínez ?ídolo del propio Cavani en su adolescencia en Salto-, cumplió una gran rendimiento (86 goles en el lapso de 1992/97), pero cuando llegó procedente de Peñarol tras iniciarse en Defensor Sporting, carecía de antecedentes dignos de neones.

Por ejemplo, Fernando Morena es el máximo goleador de la historia del fútbol de Uruguay con un notable promedio de efectividad (230 anotaciones en 244 presentaciones) y sin embargo en Boca hizo un solo gol en siete cotejos, con el añadido de que le atajó un penal un jugador de campo, el ya fallecido paraguayo Oscar López Turitich, de Platense, en el Torneo Metropolitano de 1984.

Lo de Morena consiente la indisimulable definición de ?rotundo fracaso? y en ese mismo rango puede contarse al brasileño Charles, llegado a Boca en 1992, entre bombos y platillos, para reforzar a un equipo que debía de medirse con Newell’s en una final de ida y vuelta.

El camerunés Alphonse Tchami y el japonés Nahoriro Takahara apenas si pueden ser mencionados como ocurrencia demagógica del por entonces presidente Mauricio Macri.

En materia de delanteros extranjeros relevantes, River tiene lo suyo, desde el lejano Walter Gómez, ?La gente ya no come por ver a Walter Gómez? (75 goles en 140 partidos entre 1950/55), pasando por Enzo Francescoli (136 goles en 236 partidos en el acumulado de dos ciclos), hasta llegar al menos glamoroso caleño Rafael Santos Borré (55 goles en 149 partidos entre 2017 y 2021), hoy en el Eintracht Fráncfort de la Bundeslisga.

Pero lo cierto es que cuando llegaron a River ninguno traía la aureola de crack de excepción: Gómez por muy novel Francescoli era ?un flaquito que pinta bien en Wanderers? y Borré apenas si había despuntado de forma positiva en Deportivo Cali y padecido su paso por el Villarreal de España.

Dejado de lado el espléndido colombiano Radamel Falcao García por haberse formado en las divisiones menores de River (lo mismo que James Rodríguez en las de Banfield), River acopia una larga serie de falsos flechazos, cuyo origen data de los brasileños llegados en la oscura franja de los dieciocho años sin títulos, más el mexicano Alberto García Aspe (crack en su Selección, en el Millonario jugó cinco partidos en Primera en 1995 y de inmediato confinado al rol de curiosidad adicional en los cotejos de Reserva) y, queda por verse, los vigentes Miguel ?Colibrí? Borja de Colombia y Salomón Rondón de Venezuela.

(No declinaremos la mención del oriental Nicolás de la Cruz, llegado a River recién cumplidos los 20 años: partidos de lujo en el alto nivel, 34 goles y 39 asistencias).

En rigor, la genuina mega estrella que recaló en River se llama David Trezeguet: el franco-argentino hizo una notable contribución para el retorno a Primera y fue opacándose hasta perderse en el tumulto.

José Marcelo Salas, el ?Matador? trasandino, rayó a gran altura (48 goles en 116 partidos), pero cuando llegó de Universidad de Chile revestía como un buen prospecto en vías de desarrollo.

A Racing le fue fenómeno con el brasileño Walter Machado Da Silva (goleador del Metropolitano 69) y con los uruguayos Juan Ramón Carrasco y Rubén Walter Paz), pero acaba de asistir a la versión invernal del extraordinario peruano Paolo Guerrero.

Independiente sacó el premio mayor de la lotería con el paraguayo Arsenio Erico (máximo scorer de 92 años de profesionalismo en la Argentina: 295 goles en 332 partidos durante 1934/46), San Lorenzo alumbró al español Isidro Lángara (110 goles en 121 partidos entre 1939/43) y al brasileño Paulo Silas (campeón del Clausura ’95), en tanto nueve-equipos-nueve gozaron de la sed goleador del uruguayo Santiago Silva: 131 en 352 encuentros).

En los albores del profesionalismo Estudiantes de La Plata tuvo en sus filas al legendario Héctor ?Manco? Castro (figura uruguaya en las conquistas del oro en Ámsterdam 1928 y el Mundial del 30) y padeció el fugaz patetismo de un Faustino Asprilla acabado, pero a su vez forjó y modeló a otro colombiano de fuste, Duván Zapata, hoy en Atalanta de la Serie A de Italia.

Delio Onnis, excepcional goleador de Almagro y Gimnasia y Esgrima La Plata, máximo anotador de la Liga 1 de Francia (¡449 goles!), nació en Roma y a los tres años sus padres emigraron a la Argentina.

Por último, es de hacerse notar el olvidable transcurrir por el fútbol argentino de otros dos insignes sudamericanos: el colombiano Anthony De Ávila en Unión de Santa Fe y el chileno Charles Aranguiz en Quilmes.

Con información de Télam

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